Subió unos escalones de piedra, agradeció mentalmente no tener que caminar más sobre el grijo. Le había costado verdaderos esfuerzos no protestar, o suplicar para que le dejase usar sus zapatos.
La puerta crujió al abrirse, cruzó el umbral y se encontró pisando un cálido suelo de madera, las esposas tintineaban con fuerza a cada movimiento que hacia al moverse.
Seguían caminando el recorrido parecia no tener fin, ya había escuchado abrirse al menos cuatro puertas.
- Ya casi hemos llegado, ahora vamos a bajar unos escalones, procura fijarte donde pones los pies o los bajarás rodando.
- Si ama, lo intentaré. Podría por favor ajustarme las esposas hacia delante, por lo menos hasta bajar los escalones, por favor ama.
- No hará falta.
- Si mi ama como guste. Perdone la impertinencia.
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